En el lugar más romántico de Madrid, el Paseo de Recoletos, se encuentra un lugar único en el que se inspiraron Dalí, Hemingway, Lorca o Mata Hari.
Un joven de la provinciana Asturias vagaba por el mundo hasta que se dio cuenta de que España era el mejor lugar de la Tierra. Así que, en 1888, el Café Gijón abrió sus puertas a sus primeros visitantes. Gurmencindo Gómez se dio cuenta de que ninguno de los establecimientos de restauración existentes estaba a la altura de su ideal. Así, se limitó a recoger las deficiencias de sus competidores y no permitir que le afectarán.
Para su cafetería, el novato restaurador eligió un lugar especial: el bulevar, preferido por la gente del pueblo para pasear. Huyendo de las abarrotadas y ajetreadas calles del centro, los visitantes subían a esa misma terraza, una paradisíaca isla de silencio y frescor. Desde el principio, ofreció una enorme selección de deliciosas comidas y bebidas.
El tranquilo puerto del Paseo de Recoletos atrajo a gente de mente filosófica casi desde el mismo día de su apertura. Rápidamente se convirtió en un lugar bohemio donde se mantenían conversaciones sociales, se leía poesía y prosa y se tocaba música. Tras elevar el establecimiento a la cima de la fama, Gómez se deshizo de su creación con suma facilidad, vendiéndose por un mísero penique. La única condición que puso fue conservar el nombre, el interior y la esencia. Así es como vive hoy Gijón, abriendo amablemente sus puertas a todo aquel que se acerque con buenas esperanzas.
En la fachada se conservan placas que relatan los acontecimientos más destacados de la historia de la institución. El interior, en contraste, es rojo y negro, y nos sumerge literalmente desde el primer paso en el ambiente donde hierven las pasiones españolas. Cuadros de artistas españoles nos miran desde paredes de madera oscura. El suelo de damero se convierte en ocasión para una palabra afilada.