Como es sabido, Madrid no se convirtió inmediatamente en la capital de España. Sólo en 1561, el rey Felipe II trasladó aquí la corte. ¿Qué significaba eso? Que todos los funcionarios reales, embajadores y cortesanos se trasladaran también a Madrid. Era necesario alojar a los recién llegados en algún lugar. En aquella época, se aprobó una nueva ley llamada "regalía de residencia". Significaba que los funcionarios podían instalarse en cualquier casa que pudiera albergar a unas cuantas personas. Por supuesto, las casas tenían que estar a la altura de los funcionarios, es decir, tenían que ser igual de elegantes. No es difícil adivinar que a los madrileños no les gustó. Los propietarios de casas de dos plantas eran ingeniosos: hacían creer que la planta baja era un establo o un almacén. Algunos inclinaron sus tejados para que no se viera cuántos pisos tenía la casa. Muchos cambiaron la fachada del edificio, y algunos insertaron ventanas de forma caótica. En general, para que no hubiera huéspedes no invitados, los propietarios de las casas las reconstruían. Tales casas se llamaban "casas a la malicia".
Tras la renovación de la ciudad, que soluciona el problema del alojamiento de los funcionarios, sólo quedaron tres casas de este tipo. Hoy se puede encontrar una en la calle del Conde, otra en la calle del Toro y una tercera en la calle Mancebos y Redondilla, que es el ejemplo más llamativo y data de 1565-1590.