Exposición de Anna Weyant

Una joven con gesto ausente, un cuarto que parece flotar fuera del tiempo, una escena doméstica que no termina de encajar. Anna Weyant no pinta lo evidente. Su universo, que se instala ahora por primera vez en Madrid, se compone de imágenes suaves a primera vista, pero cargadas de ironía, melancolía y tensión latente. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta más de veinte obras de la artista nacida en Calgary en 1995, en una exposición que se aleja de las fórmulas y se adentra en lo emocional, lo oscuro y lo bello. Weyant construye escenas donde lo cotidiano se mezcla con lo extraño, como si los cuadros estuvieran congelados justo antes —o justo después— de un acontecimiento invisible. Sus protagonistas, casi siempre mujeres, no posan: existen. A veces se ocultan, otras se enfrentan al espectador, y casi siempre parecen habitar una realidad distinta, fuera del tiempo y las reglas narrativas convencionales. Lejos de caer en lo meramente estético, sus obras dialogan con referencias que van del barroco a los años 30 del siglo XX, sin dejar de filtrar influencias pop y detalles casi cinematográficos. Pero nada en Weyant es nostalgia. Su pintura no cita: transforma. Instalada en la Sala de Exposiciones Temporales del museo, la muestra forma parte del ciclo vinculado a la colección Blanca y Borja Thyssen, y ofrece además un juego de ecos visuales con algunas piezas de la colección permanente. La entrada es gratuita con el pase general del museo. Una oportunidad para descubrir a una artista que, sin levantar la voz, está marcando un rumbo propio dentro del arte contemporáneo. Y cuyas imágenes, una vez vistas, es difícil olvidar.