La estructura, localizada durante trabajos arqueológicos dirigidos por Joel Blanco (ABANS), no responde al modelo más común de los refugios urbanos de la Guerra Civil. No es un túnel precario excavado a toda prisa, sino un búnker tecnificado, construido a cielo abierto con hormigón armado y coronado con una losa de dos metros pensada para aguantar bombas de 100 kilos. Nada de improvisación: aquí se gastó conocimiento, tiempo y recursos.
El refugio conectaba dos edificios que enmarcaban la estación. Uno desapareció hace años; el otro ha sido hasta ahora la sede de las oficinas de Adif. Bajo ellos, dos galerías estrechas conducen a cuatro salas amplias, cuatro aseos y estancias que pudieron servir como almacén o sala de curas. Todavía se conservan bancos, cables y portalámparas, junto a pintadas de mediados de los cincuenta y grafitis con las siglas CNT y FAI que delatan el origen obrero y militante del proyecto.
La historia encaja: la estación, construida entre 1918 y 1922, fue uno de los grandes pulmones logísticos de Barcelona hasta su cierre en 1990, y un objetivo militar durante la Guerra Civil. La CNT, que colectivizó el sector ferroviario, habría impulsado la construcción del refugio tras sufrir los bombardeos de 1937, cuando las bombas caían y no había tiempo para esperar decisiones desde despachos lejanos.
Hoy, el hallazgo se documenta con escáner láser antes de que las obras continúen su curso. La incógnita es qué hará la ciudad con esta pieza inesperada: integrarla, musealizarla o sellarla de nuevo. Paradójicamente, la Barcelona que acelera hacia la alta velocidad se ve obligada a detenerse para mirar lo que un día se enterró con prisa: el rastro silencioso de quienes sobrevivieron bajo tierra mientras la ciudad ardía.