El proyecto abarca unos 13.500 metros cuadrados y dejará atrás la lógica tradicional de aceras y calzada. Todo el ámbito funcionará como una única plataforma, un espacio continuo donde peatones, bicicletas y vehículos —estos últimos, con presencia muy limitada— tendrán zonas claramente diferenciadas pero sin barreras físicas. Barcelona aplica aquí las lecciones aprendidas en otras pacificaciones: más árboles, más sombra, más puntos de descanso y un mobiliario urbano menos funcionalista y más amable.
El epicentro será la gran plaza que se forma en la intersección de Comte Borrell y Parlament. Su reordenación la convertirá en un auténtico salón urbano, un espacio para quedarse, no solo para circular. Habrá zonas de estancia, áreas lúdicas y parterres de gran dimensión, colocados estratégicamente en chaflanes y en la propia plaza para asegurar su mantenimiento y un asoleo adecuado. La idea es reforzar la identidad del barrio sin reproducir los errores de intervenciones anteriores.
El pavimento marcará el ritmo: panot allí donde el peatón es protagonista absoluto, granito donde aún será necesario permitir el paso de vehículos. También se incorpora una distribución urbana de mercancías organizada, con espacios específicos para carga y descarga que no invadan el uso vecinal del espacio.
Las obras arrancarán en el segundo trimestre de 2026 y se prolongarán alrededor de un año. Cuando terminen, Sant Antoni ganará no solo una reforma, sino una declaración de intenciones: la calle como lugar compartido, pensado para el disfrute cotidiano y no solo para el tránsito. Una transformación que aspira a consolidar, por fin, el modelo de ciudad que esta zona lleva años practicando.