Según la doctora Tania Elliott, los colores envían señales al hipotálamo, activando hormonas que afectan tanto nuestras emociones como nuestro cuerpo. «Algunos tonos pueden incluso aumentar la presión arterial o acelerar el metabolismo», explica. Y si hablamos de felicidad, hay un claro protagonista: el amarillo.
Asociado históricamente al sol, las flores y la vitalidad, el color amarillo activa áreas cerebrales vinculadas al placer y el bienestar. Estudios muestran que las personas felices tienden a elegir este color para describir sus emociones, mientras que quienes se sienten tristes o ansiosos se inclinan por el gris.
¿La recomendación? Rodéate de amarillo y naranja: en la ropa, en la decoración, en tus dibujos o simplemente admirando un amanecer. Incluso una taza de té en una cocina soleada puede marcar la diferencia.
Porque a veces, el secreto de la alegría no está en grandes decisiones… sino en un toque de color.