Reginald, o «Reggie» para los amigos, es un Gran Danés de siete años que mide más de un metro a la cruz. Desde esa altura imponente, observa el mundo con la calma de un gigante gentil. Pearl, por su parte, es una chihuahua de apenas 9,14 cm: cabe en una taza de té, pero su personalidad no conoce límites.
El encuentro fue más que una curiosidad. Fue una celebración de lo inesperado. Pearl, vestida con uno de sus muchos conjuntos diminutos, no dudó en correr por entre las patas de Reggie, mientras él se tumbaba para igualarse a su nueva amiga. Lo que podría haber sido un contraste absurdo se transformó en armonía.
«Se entendieron como si ya se conocieran», contó Sam, el dueño de Reggie. Vanesa, humana de Pearl, añadió: «Ella no ve diferencia. Solo ve otro corazón con ganas de jugar».
Entre lamidos gigantes y pasitos minúsculos, quedó claro que la amistad no entiende de proporciones. Solo necesita ganas de conectar, aunque uno beba del grifo y el otro de una tapita.