Las excavaciones han permitido identificar el punto exacto donde entraba el agua, en el ángulo este, y cómo se distribuía hacia los parterres mediante un entramado de canales de obra. El secreto residía en el desnivel natural de 2,37 metros, que guiaba el caudal de tramo en tramo hasta su salida al sur. Un método sencillo, pero brillante, que garantizaba la humedad necesaria para que prosperaran los cipreses y las flores del jardín.
El hallazgo ilumina la visión del marqués de Llupià, de Poal y d’Alfarràs, que en el siglo XVIII confió a Devalet, Valls y Bagutti la creación de un paisaje capaz de unir arte, naturaleza y técnica.
Hoy, convertido en jardín museo, el Laberint no solo fascina por sus esculturas y senderos románticos: también recuerda que, bajo la belleza visible, fluía un ingenio hidráulico que permitió que aquel sueño aristocrático sobreviviera al paso del tiempo.
