Black Friday
Nacido en Estados Unidos y extendido al resto del mundo, el Viernes Negro es el día que marca el inicio de la temporada de compras navideñas. Las tiendas se llenan de ofertas, los escaparates brillan y las colas se alargan desde la madrugada. El término «Black Friday» apareció en los años sesenta en Filadelfia, cuando los agentes de tráfico bautizaron así al caos urbano posterior al Día de Acción de Gracias. Con el tiempo, los comerciantes adoptaron el nombre, dándole un sentido optimista: el día en que las cuentas pasaban «de los números rojos a los números negros».
Hoy, el Black Friday es un fenómeno global que mueve miles de millones de dólares. Se celebra tanto en tiendas físicas como en plataformas digitales, y da paso al Cyber Monday, su versión online. Pero más allá de las cifras, el día refleja un ritual moderno: el deseo de buscar, adquirir, aprovechar —y quizás también compensar—. Detrás del brillo de las ofertas se esconde una pregunta necesaria: ¿cuánto de lo que compramos nos pertenece, y cuánto nos compra a nosotros?
Día de No Comprar Nada (Buy Nothing Day)
En el reverso exacto del Black Friday, nace el Día Mundial Sin Compras, una invitación a apagar la fiebre del consumo y reflexionar sobre sus consecuencias. Creado en 1992 por el artista canadiense Ted Dave y promovido por la revista Adbusters, este movimiento propone 24 horas sin compras como gesto simbólico de resistencia frente al modelo económico actual. Coincide, intencionadamente, con el Viernes Negro, para confrontar el impulso de adquirir con el valor de abstenerse.
Los activistas del Buy Nothing Day no se oponen a la economía, sino al exceso: al derroche, a la cultura del descarte, a la idea de que solo somos lo que poseemos. Cada compra aplazada, cada decisión consciente, se convierte en un acto político y ecológico. En un mundo donde todo parece medirse en transacciones, este día propone algo revolucionario: el silencio del consumo como forma de libertad.
Día Internacional del Ingeniero de Sistemas
Lejos de las multitudes y de los escaparates, hay otra celebración más silenciosa pero esencial: el Día Internacional del Ingeniero de Sistemas, dedicado a quienes diseñan los engranajes invisibles que sostienen nuestra vida digital. Cada cuarto viernes de noviembre, el mundo tecnológico agradece a estos profesionales su creatividad, su lógica y su visión.
Ellos construyen los puentes que permiten que un mensaje viaje de un continente a otro en segundos, que los hospitales funcionen, que los bancos no colapsen, que los satélites sigan su órbita perfecta. Son arquitectos de lo intangible, guardianes del orden en la complejidad. En una era en la que dependemos de sistemas cada vez más sofisticados, su trabajo es el pulso que mantiene al mundo conectado.