Navidad
La Navidad es mucho más que una fecha en el calendario: es una emoción colectiva, un estado del alma. Desde hace siglos, el 25 de diciembre simboliza el nacimiento de Jesús en Belén, pero también la posibilidad de un nuevo comienzo para cada uno de nosotros. Es la noche en que los villancicos suenan como oraciones alegres, el día en que los abrazos se multiplican y el tiempo se vuelve más humano.
Su origen, sin embargo, se remonta a una sabia convergencia cultural. A mediados del siglo IV, el papa Julio I fijó esta fecha para celebrar la Natividad, coincidiendo con antiguas festividades paganas dedicadas al sol. La intención era clara: transformar una fiesta de fuego en una fiesta de fe, de renovación interior. Así, el invierno más frío se llenó de calor humano.
Hoy, cada país le da a la Navidad su propio acento. En Alemania los niños esperan al Christkind, en México resuenan las posadas, en Italia la mesa se vuelve un poema de aromas, y en los países nórdicos la nieve se convierte en escenario de milagros cotidianos. En Rusia llega más tarde, en enero, bajo el brillo austero de las iglesias ortodoxas. Dondequiera que se celebre, la Navidad es siempre una misma promesa: que la bondad todavía puede salvar al mundo.
El árbol, los villancicos, las luces, los regalos —cada símbolo encierra un mismo mensaje—. Decorar un pino es un gesto de gratitud, cantar es recordar que el alma tiene música, regalar es reconocer al otro. La Navidad, al final, no se trata de lo que poseemos, sino de lo que compartimos.
Comienzo del Janucá – Fiesta de las Luces
En este mismo día, otra tradición ancestral enciende su propia llama. El Janucá, o Fiesta de las Luces, conmemora un hecho ocurrido hace más de dos mil años en Jerusalén: la purificación del Segundo Templo, profanado por los invasores, y el milagro del aceite que, aunque suficiente para una sola noche, mantuvo encendida la lámpara durante ocho días.
Por eso, cada año, las familias judías prenden la januquiá, un candelabro de nueve brazos, encendiendo una vela nueva cada noche hasta completar el ciclo. Es un gesto de memoria, pero también de resistencia espiritual: mantener viva la luz aun en tiempos de oscuridad.
Durante el Janucá, los hogares se llenan de cantos, risas y aroma a frituras cocinadas en aceite —símbolo del milagro original—. Los niños reciben monedas de chocolate o pequeños regalos, y los adultos recuerdan que, incluso cuando parece que la llama se apaga, siempre hay un motivo para volver a encenderla.