La Navidad en el Tibidabo no se limita a decorar un parque: lo transforma. Durante semanas, la cima de Barcelona se convierte en un pequeño universo invernal donde atracciones míticas y criaturas festivas conviven bajo un mismo resplandor. La llegada ya es una declaración de intenciones: un abeto de 12 metros recibe a los visitantes en el Área Panorámica, mientras el Giradabo, el Carrusel y la Cuca de Llum estrenan una iluminación que hace que todo parezca recién salido de un cuento.
Este año, la novedad estrella está en la Plaça dels Somnis: una pista de hielo sostenible, fabricada con materiales sintéticos y diseñada en forma circular, donde es posible patinar sin frío, pero con toda la magia. El acceso está incluido con la entrada, y quienes solo quieran deslizarse pueden hacerlo con un ticket de 5 euros. Patinar alrededor de la decoración navideña se convierte en un ritual propio, casi hipnótico.
Para los más pequeños —y para quienes aún conservan algo de infancia— llegan tres presencias especiales. El Pare Noel, dispuesto a escuchar deseos; un patge reial, guardián de cartas y confidencias; y el inesperado Krampus, que cada año aparece para recordar que la fantasía también tiene un lado travieso.
Las mascotas del Tibidabo, que celebran diez años, presentan un espectáculo navideño en la Plaça del Jardí a las 16:30 y realizarán varias apariciones para fotos. A ellos se suman los follets de Nadal, que recorrerán el parque en espectáculos itinerantes que aparecen cuando menos se esperan.
Vuelven también los clásicos: el Tibimarionetarium de Nadal, con su mezcla de música, nieve y títeres, y el TibidAvis, tres jornadas —22, 23 y 24 de diciembre— en las que abuelos y abuelas acceden gratis con hasta dos nietos menores de 16 años.