Todo arranca con el tradicional pregón y un buen gazpacho para brindar por lo que está por venir. A partir de ahí, las calles se llenan de vida: fiestas infantiles, bailes para todos los gustos —de los más nostálgicos a los más actuales—, habaneras acompañadas de ron quemado, comidas populares que huelen a vecindad y encuentros donde el sonido de los tambores anuncia que la fiesta está viva.
Este año, los gigantes vuelven a salir, retomando su papel como guardianes festivos de la Marina. Y, por supuesto, el 23 de junio, la verbena de San Juan se convierte en uno de los momentos más esperados: fuego, música y comunidad ardiendo en una sola noche.
La traca final, el 20 de julio en la plaza de Falset, pondrá el broche a una celebración que no entiende de edades, pero sí de ganas de compartir. Porque en la Marina, la fiesta no se celebra: se vive.