El MNAC propone un acontecimiento único: reunir por primera vez las tres versiones de La visión de San Francisco por el Papa Nicolás V, obra maestra de Francisco de Zurbarán, dispersa durante siglos entre Barcelona, Lyon y Boston. Tres cuadros, un mismo silencio. Tres imágenes, una misma pregunta: ¿puede un cuerpo inmóvil tener más vida que los vivos?
Zurbarán no pinta santos. Zurbarán pinta presencias. En sus manos, la luz es algo más que iluminación; es respiración, es alma. En su pintura, los objetos callan, pero no están mudos: hablan desde su sencillez, desde su peso, desde su ser. La exposición viaja también a sus icónicos Bodegones con cacharros, donde un cuenco o una jarra se convierten en absoluto. Espacios desnudos, tiempo detenido, belleza mínima y total.
Pero Zurbarán (sobre)natural es también presente. Es eco. Es resonancia. Obras de Tàpies, Borrell, Llena o Valldosera dialogan con el maestro barroco en un mismo lenguaje: el de la contemplación, la materia y el misterio.
No es solo una exposición. Es un espacio para mirar de cerca lo que siempre pasa desapercibido. Para descubrir que lo sobrenatural no está lejos. Está aquí. Quieto. Esperando a quien sepa mirar.