Lejos de las multitudes, el viaje se convierte en un pequeño ritual. El aroma del chocolate caliente y los melindros, la música navideña y las luces crean un refugio acogedor sobre el agua. Los niños reciben su carta para escribir a los Reyes y pueden entregarla directamente a un paje real que navega con ellos, guardián de deseos y sonrisas, y encargado de repartir una dulce sorpresa.
Mientras tanto, el bar ofrece bebidas y snacks para alargar la velada sin prisas. Desde la cubierta, la llegada de los Reyes se contempla con calma, con el reflejo de la ciudad sobre el mar y la sensación de estar formando parte de algo casi secreto. Una forma distinta, íntima y memorable de dar la bienvenida a la noche más mágica del año.