Diez desconocidos llegan a una isla remota invitados por un anfitrión al que nadie ha visto. Todo parece preparado para unas vacaciones impecables en una mansión de lujo, hasta que, durante la cena, una voz rompe la calma y desvela lo impensable: cada invitado arrastra un crimen silenciado. La velada se transforma entonces en un juicio sin escapatoria.
Cuando el primer muerto aparece, el pánico empieza a horadar la confianza del grupo. No hay modo de abandonar la isla, las sospechas crecen por minutos y la certeza de que el asesino está entre ellos convierte cada gesto en una amenaza. La única guía es una vieja canción infantil cuyo macabro ritmo parece marcar el destino de todos.
La puesta en escena refuerza esa atmósfera claustrofóbica que va cerrándose como una trampa, donde cada silencio pesa y cada mirada puede ser la última. Una invitación directa a sumergirse en el suspense más puro, en un juego de máscaras donde nadie es quien dice ser y donde la verdad solo se revela cuando ya es demasiado tarde.