Wagner concibió esta ópera como un viaje sin retorno hacia el interior del ser humano. El célebre filtro —de muerte o de amor, según quién lo manipule— cambia el destino de Tristán e Isolda en un instante, liberando una pasión que rompe leyes, jerarquías y voluntades. Lo que sigue es un crescendo implacable: el fervor nocturno del segundo acto, donde la música alcanza un grado de éxtasis pocas veces igualado, y la célebre «Liebestod», esa transfiguración final en la que Isolda se abandona a un amor que solo en la muerte encuentra plenitud.
La nueva producción de Bárbara Lluch sitúa a los protagonistas frente a un mundo que les impone identidades que ya no desean. Ambos buscan en el amor una ruptura con la mentira cotidiana, una vía para reinventarse. Pero ese impulso, tan absoluto como frágil, termina precipitándolos hacia un abismo donde realidad y deseo dejan de distinguirse.
La batuta de Susanna Mälkki aborda esta partitura monumental —uno de los pilares de la historia de la música— con la precisión y hondura que exige su cromatismo audaz y su orquestación expansiva. Y el reparto marca un hito: Lise Davidsen, una de las voces más celebradas de nuestro tiempo, debuta en el Liceu como Isolda, acompañada por el heldentenor Clay Hilley en el exigente papel de Tristán.
El resultado promete ser no solo una ópera, sino una experiencia transformadora. Un recordatorio de por qué «Tristan und Isolde» sigue siendo, siglo y medio después, una obra que fascina y desestabiliza a partes iguales.