Santini reconstruye la vida cotidiana de entonces —la familia, los amigos del barrio, los juegos sin pantallas y las primeras fiestas con hombreras— con un humor que no busca solo hacer reír, sino también despertar la emoción de reconocerse en cada anécdota. Habla de los primeros amores, del flequillo imposible, del miedo al dentista y de esa ingenuidad que hoy parece de otro planeta.
Entre carcajadas y recuerdos, el público viaja a una época sin filtros, cuando todo parecía más simple y la imaginación hacía de Internet.
Érase una vez los 80 es más que un monólogo: es un reencuentro con quienes fuimos, un homenaje divertido y sincero a una generación que aprendió a reírse de sí misma… y que todavía sabe hacerlo.