Esta nueva producción no se limita a recuperar el texto: lo reactiva, lo afila y lo convierte en un mecanismo de humor que funciona como un reloj… aunque el reloj, por supuesto, esté siempre a punto de caerse al suelo.
La trama arranca con una compañía que intenta estrenar una comedia británica de tercera. Pero antes de subir el telón ya se intuye que nada irá como debería. Se olvidan frases, se confunden las marcas, las puertas se comportan como si tuvieran voluntad propia y las sardinas aparecen en escena con una puntualidad inexplicable. Y mientras tanto, entre los actores, corre un subterráneo de celos, flirteos y pequeñas traiciones que convierte el backstage en un territorio aún más explosivo que el escenario.
Frayn propone un juego doble: lo que ocurre “delante” y lo que ocurre “detrás” se contaminan hasta producir un delirio que crece acto tras acto. El primero tiene el gusto del vodevil clásico; el segundo es una farsa que avanza a toda velocidad; el tercero, un derrumbe glorioso donde todo se mezcla y el público acaba riendo incluso antes de que sucedan los desastres.
Con nueve intérpretes entregados al caos y un montaje que potencia la precisión del descontrol, esta versión de Pel davant i pel darrera no busca imitar nada. Prefiere, como la mejor comedia, empujar al espectador a ese lugar donde lo ridículo se vuelve arte y el fracaso, pura fiesta teatral.