«Mary» nace de algo pequeño: una conversación, un recuerdo, un sentimiento. Pero desde ahí, Lara Díez Quintanilla construye un monólogo profundo y cautivador que llega lejos. En escena está sola, pero no se siente como una multitud. La acompañan las voces de muchas mujeres que la formaron, las que callaron, las que cuidaron, las que resistieron sin hacer ruido.
La obra no busca grandes gestos, prefiere lo simple y cotidiano. Desde un objeto, una palabra, una pausa, cada detalle está puesto con intención y significado. Lo que ocurre en el escenario no es ficción: es memoria compartida. Lara no interpreta, relata. Cuenta lo que vivió, lo que le contaron, lo que muchas familias guardan sin decir. Y lo hace con humor, con ternura y con una claridad que conmueve.
«Mary» no necesita explicar demasiado. A veces, basta con mirar hacia atrás para entender de dónde venimos. Si quieres ver una pieza que toca la verdad, sin filtros, acércate al Espai Texas. Esta es una de esas historias que vale la pena escuchar.