La historia nos traslada a un pueblo rural que, bajo la luz del día, parece idílico, pero que al caer la noche se transforma en un espacio inquietante dominado por las Wilis, esos espíritus de novias muertas antes de casarse, condenadas a bailar eternamente. Sobre este trasfondo, se dibuja el destino trágico de Giselle: una joven que conoce el amor, la traición, la locura y, finalmente, la metamorfosis en un ser espectral.
Wright no reconstruyó el original de 1841, sino que creó una puesta en escena que potencia tanto el lirismo romántico como el virtuosismo técnico de los intérpretes actuales. El resultado es una obra que conmueve por la belleza de sus líneas coreográficas y por la intensidad de su relato, donde la vida y la muerte se entrelazan en una danza hipnótica.
Con más de 150 representaciones en el Liceu desde su estreno barcelonés en 1847, Giselle regresa para reafirmar su condición de clásico imprescindible y recordar por qué sigue fascinando, generación tras generación, a los amantes de la danza.