Sobre el escenario, un titiritero y un músico guían al público en un itinerario festivo que avanza como si se atravesara un bosque lleno de claros y recodos. En cada parada surgen figuras que forman parte del imaginario de la infancia: el lobo acechante, la bruja, el gigante, el bandido, el duende y hasta el gato. Todos ellos reaparecen transformados, cercanos y a la vez inquietantes, recordando que los villanos de los cuentos también guardan enseñanzas.
El montaje establece un diálogo directo y afectuoso con el auditorio, que no solo observa, sino que se reconoce en lo que se le muestra. Porque lo que devuelve el espectáculo es un tesoro propio: fragmentos de cultura popular, ocultos en el jardín de cada espectador, que cobran nueva vida a través de los títeres, la música y la complicidad con el público.
Una propuesta fresca, divertida y entrañable que rescata la esencia del viejo oficio titiritero y la comparte como un regalo colectivo.