Aquí el riesgo no es una etiqueta, sino una práctica cotidiana. En L’Alternativa Oficials, las tres secciones competitivas funcionan como un laboratorio permanente: largometrajes y cortos que se permiten dudar, experimentar, mezclar lenguajes, observar lo real sin convertirlo en eslogan y fabular sin miedo a la rareza.
Las Paral·leles amplían ese impulso: homenajes que rescatan autores eclipsados por la historia oficial, estrenos que llegan sin fanfarria pero con voz propia, cinematografías que rara vez cruzan fronteras, y un programa familiar que entiende que la imaginación crítica también puede cultivarse desde la infancia.
En el hall del CCCB, la frontera entre festival y ciudad se difumina: proyecciones gratuitas, actuaciones, charlas espontáneas y una comunidad que circula, discute, se encuentra. Un hervidero cultural donde las películas continúan después de la pantalla.
Este año, la inauguración corre a cargo de El mensaje, de Iván Fund, y el cierre lo firma Kontinental'25, de Radu Jude, siempre afilado en su lectura del presente. A ello se suman las nuevas obras de Hafsia Herzi, Jem Cohen, José Luis Guerin e Yrsa Roca Fannberg, los Satélites dedicados a Elena López Riera y Lois Patiño, y ciclos imprescindibles sobre Lizzie Borden, René Vautier y Theo Anthony.
L’Alternativa vuelve a situarse donde siempre ha querido estar: en el umbral. Allí donde el cine no busca complacer, sino activar. Allí donde cada proyección es una invitación —o una provocación— a mirar el mundo de otra manera.